Mucha gente me pregunta por qué elegí esta especialidad.
Podríamos contar la típica historia de vocación desde la más tierna infancia o de revelación adolescente.
Podría decirte que es porque soy madre de dos hijos preciosos y conozco la maternidad de primera mano, desde lo bueno y desde lo malo.
Pero no, eso sería mentirte.
La verdadera razón está detrás de unos profesores que hicieron que se despertara en mí la curiosidad por una especialidad diferente a las demás. Detrás de unas prácticas durante la carrera en las que me hicieron sentir integrada en el servicio y me enseñaron lo bonita que es la obstetricia.

Es algo que siempre defenderé: cuando a un alumno le haces sentir parte de algo, puedes transmitirle eso que los libros no pueden, esa magia que tiene el trato con la paciente.
Tanto en lo bueno como en lo malo. Ríes con ellas, lloras con ellas y sí, hasta te enfadas con ellas.
Tras el reto agotador que supone la carrera de medicina (con un sprint final tan espectacular como es el MIR), alcancé ese sueño de ser obstetra que despertaron en mí esas prácticas y esos profesores.
Y me enamoré de la especialidad durante los años siguientes en los que los médicos todavía vamos con ruedines: la residencia. 4 años en los que eres médico titulado, pero nadie te considera más que a un estudiante.
Ese tiempo lo pasé en el Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. Estudiando cada día y practicando en todas las áreas de una especialidad tan completa como esta.
Porque un ginecólogo acompaña la salud de una mujer a lo largo de toda su vida, desde que baja la primera regla, el primer embarazo, la menopausia…, hasta el final.
Porque los ginecólogos pasamos consulta, hacemos partos, operamos y tratamos desde el picor más elemental hasta la patología más complicada que puedas tener.
Es aquí donde empieza mi verdadera pasión por la obstetricia, el cuidado de la dualidad de paciente (madre-feto) y la satisfacción que proporciona su desenlace.
Y no es una especialidad fácil.
Acompañar a una mujer en uno de los periodos más duros e inolvidables de su vida es maravilloso…
Cuando todo va como suele ir.
Aunque eso no siempre es así.
Las complicaciones existen, las enfermedades también y el ser humano que somos los médicos sufre como propias las desventuras de sus pacientes.
O al menos yo lo hago.
Intentaré que no me veas nunca llorar en la consulta, en la habitación, para transmitirte la calma y la tranquilidad que necesitas. «La procesión va por dentro», como dice el refranero español.
Por eso llevo más de 10 años atendiendo partos sea la hora que sea, el día que sea, y acumulando experiencia: para que mis pacientes puedan dormir tranquilas. Porque no, no es broma: cada año atiendo personalmente el parto de más de 200 de mis pacientes.
Y eso de dormir tranquilas no lo digo yo; lo decís vosotras. Puedes verlo tú misma en estas palabras tan bonitas que algunas de mis pacientes me han regalado desde que abrí esta página:
Sí, como ya nos conocemos, suelo acumular algo de retraso en todas mis consultas. Pero tú no quieres visitar a un robot que te mire los bajos y te lea unos datos en menos de 10 minutos, ¿verdad?
Quieres que te atienda una persona como tú, que entienda eso por lo que estás pasando, escuche lo que tienes que contarle y te ofrezca la solución que necesitas.
O que solo te escuche, que eso a veces también hace falta.
Si quieres que sea yo esa persona, actualmente me encontrarás en estos centros o, si quieres, puedes pedirme cita directamente desde:
No estás sola
Tengo una newsletter en la que hago lo que mejor se me da hacer: hablar de cosas de mujeres y hacer terapia contigo.
Dando un poco de luz a todos los mitos, bulos, vergüenzas y otras oscuridades que empañan la salud femenina (y riéndonos un poco, que la risa es necesaria).
· Sé que lo sabes: el contenido de esos emails no es una «consulta online» ni sustituye a una consulta ginecológica. Acude a tu ginecólogo de confianza si necesitas ayuda médica ·